Algunas mujeres son de las que tras besar al primer sapo, probablemente en el arenero, encontraron a su esperado amor; otras tuvieron que besar a muchísimos sapos hasta que, finalmente, se tropezaron con el que logró mutarse; y muchas otras seguimos esperando que un maldito renacuajo se digne a convertirse en príncipe de una buena vez (de más está aclarar que a estas últimas se nos está agotando la paciencia, y también la ropa limpia, después de pisotear tantos charcos).
Cualquiera sea el grupo que nos identifique, lo importante no es la cantidad de anfibios funestos que tengamos que besar, sino el trazo que decidamos darle a esta fábula añeja.
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