2.1.16

Hoy fui a visitar su tumba, hace mucho que no iba a ese lugar. Hace un año que ya no está conmigo, y necesitaba ir a hablar con él, aunque no pudiera oírme, aunque no tuviera respuestas. Me senté y me prendí un pucho en su honor, ese vicio en el que él me introdujo un tiempo atrás, y empecé a dirigir mis primeras palabras a un receptor inexistente. Al principio fue fácil: recuerdos, anécdotas y distintos sentimientos que alguna vez supo hacerme sentir. Pero de repente me vi obligada a interrumpir mi monólogo y todo comenzó a tornarse algo borroso. Me quedé paralizada unos segundos hasta que me di cuenta, su imagen se estaba desvaneciendo en mi mente. Su sonrisa empezó a desdibujarse, dudé el color de sus ojos, si eran tan achinados como los recordaba, y ya no podía escuchar su risa. Dejé de escuchar su voz, la imagen nublada de él se quedó sin sonido, empecé a olvidar de a uno sus gestos, sus rasgos, sus movimientos. En cierto punto hasta llegué a cuestionarme qué era lo que sentí por él, no tenía idea. De a poco se fue borrando cada vez un poco más, y pensé, traté con todas mis fuerzas de volver a traer esos recuerdos a mi memoria. Entrando en una crisis nerviosa comencé a desenterrarlo, mis uñas se llenaron de tierra mientras cavaba buscando su ataúd. Cuanto más trataba de recordarlo más se iba desvaneciendo su imagen. En el momento que toqué su ataúd, ya dentro de un hondo pozo, no percibía ni un rastro de su recuerdo. Desesperada, lo abrí, y no lo vi dentro. Sorpresivamente me encontré a mi misma en él. Mi cuerpo estaba ahí, y fue en ese instante que me di cuenta que él no existía, que dejó de existir hace muchísimo tiempo, que era yo la que estaba enterrada en su recuerdo, que yo seguía forzándome a mantener viva la imagen de alguien que hace años desapareció. Y mirando mi cuerpo, en ese mismo momento, me vi abrir los ojos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario