18.3.14
Tanto tiempo de espera para una charla que no aclaró nada. Sus palabras fueron las mismas, sinónimos, vueltas para terminar diciendo lo mismo que siempre me dijo. Y así sentí el dolor personificado, algo peor que el rechazo, algo incluso peor que el reemplazo: el ni siquiera querer intentarlo. Lo dejé hablar, parecía que nunca iba a terminar con su espiral infinito de palabras, sus tan famosas frases que ya había escuchado miles de veces. "Te quiero mucho como para que esto se arruine", "sos tan importante para mí que no quiero intentar para que las cosas salgan mal", "sabés que siempre te voy a querer". Pero nunca me preguntó qué quería yo, qué sentía verdaderamente yo. Por más que sentía como apuñaladas cada cosa que decía, me quedé callada, mirando cómo se consumía el cigarrillo en mi mano y como el humo se iba de la misma forma que se estaba yendo todo lo que había imaginado que podía ser. Más allá del dolor, tengo muy presente que siempre lo voy a querer, sea de la forma que sea. Y va a quedar plasmada en mi mente esa linda frase que tanto me gustó que me dijera un tiempo atrás: "por más años de amistad o de lo que tenga que ser".
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