17.1.11

- Yo creo en las almas gemelas -intervino Izzie-. Que en alguna parte del planeta hay alguien perfecto para ti y que, cuando lo conozcas, el sexo y todo lo demás será perfecto y no tendrás que preocuparte.
- ¿En alguna parte del planeta? -pregunté-. ¿Y si tu alma gemela vive en Mongolia y nunca llegan a conocerse?
- Yo también creo en las almas gemelas -dijo Lucy-, y si vivieran en algún sitio muy lejano, el destino los juntaría, en un aeropuerto o algún lugar así, como dos imanes que se atraen irresistiblemente. Tú estarías a punto de abordar un avión a París y él estaría bajando por las escaleras mecánicas, y sus ojos se encontrarían...
- Y él tropezaría con la maleta de alguien y caería -dijo Izzie-, se golpearía la cabeza y, cuando volviera en sí, tú estarías a su lado...
- Y habría un coro de ángeles celestiales cantando aleluya -agregué, riendo-. Vamos, chicas, abran los ojos. Han visto demasiadas películas románticas.
- Bueno, tal vez no así -admitió Lucy-. Pero creo que, si conocieras a tu alma gemela, habría cierto reconocimiento. Se entenderían de inmediato y quizás hasta sabrían lo que está pensando el otro sin necesidad de decir nada.
- Puede ser -dijo Nesta-, pero ¿quién dice que sólo se tiene un alma gemela? Podría haber muchísimas.
- Eso quisieras tú -dijo Lucy-. Leí en alguna parte que las almas gemelas llevan varias vidas juntas. Por eso creo que Izzie tiene razón: habría cierto reconocimiento. Sería como encontrarse con un viejo amigo y algo en él nos resultaría conocido, porque en realidad estuvimos juntos muchas veces.
- Cielos, espero que no -dijo Nesta-. Qué horrible. Casarse con una persona ya parece bastante malo, pero ¡pasar toda la eternidad con el mismo sujeto! Habría que amarlo muchísimo. ¿Y en qué quedó la diversión? Al diablo con eso de encontrar al Príncipe Azul. Hay que vivir la vida ahora.

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